DIRECTORIO DE PLANTAS DEL HOTEL SUNDANCE

RECEPCIÓN



DIRECTORIO DE PLANTAS DEL HOTEL SUNDANCE

PLANTA 0: Tablón de anuncios, restaurante, bar, cabaret, juegos de mesa.

PLANTA 1: Artículos y especulaciones sobre la Guerra Civil Española.

PLANTA 2: Relatos.

PLANTA 3: Literatura


30 de diciembre de 2018

PLANTA 2 HABITACIÓN 07

Hoy quiero compartir con vosotr@s, a pesar de no haber pasado aún por ciertos filtros, un relato nuevo, recién sacado del horno. No se si comentar algo o que cada cual saque sus conclusiones. Yo, desde luego, haría algo así. 

Aprovecho para desearos un Feliz Año 2019.




LLEGARÁ TU DÍA

No se lo digas a mamá, por favor, que no se te escape nada. Hace más o menos un año me di cuenta que papá no va todas las tardes de los viernes, como dice, a la biblioteca.
            Un día le vi meter en el maletero del coche una bolsa grande y alargada. Pensé que era un regalo para mamá ya que su cumpleaños estaba cerca, pero cuando llegó el día se presentó con unos pendientes.
Cuando aún creía que iba a la biblioteca, le vi montarse en el coche. Me extrañó, pero pensé que a lo mejor no le apetecía andar. Comprobé que hacía lo mismo todos los viernes, semana tras semana.
Una tarde me decidí y alquilé un coche eléctrico para seguirle, así no reconocería el mío. Me parecía injusto que le hiciese eso a mamá después de todo lo que ha sufrido, todo lo que hemos pasado estos años, ya casi diez desde entonces. Quería saber quién era la mujer con la que se citaba todos los viernes al caer el sol. Me daba mucha rabia, estaba enfurecida.
Así que cuando arrancó, le seguí. Pasé mucho miedo, procuraba no arrimarme para que no me viese por el retrovisor. Era muy complicado no perderle de vista, iba muy rápido. Se metió en la carretera nacional. Yo no sabía si con el coche alquilado podía salir de la ciudad, pero me arriesgué. Se paró delante de un edificio grande con luces y muchos coches aparcados delante. Pensé que era un puticlub, pero en el cartel ponía “Galería de Tiro 7,62”. Sacó la bolsa del maletero y entró.
No pude pasar, me dijeron que tenía que asociarme para hacerlo. Le seguí dos días más y me cercioré de que hace prácticas de tiro con fusil y mira telescópica. Nada de biblioteca, ni putas, ni cuernos.
Te lo juro que es verdad, no me mires con esa cara. Y, además, es que me ha contado el abogado, no se lo digas a mamá, por favor, por lo que más quieras, por Laura, no lo digas, que el asesino de nuestra hermana sale de la cárcel a la semana que viene con reducción de pena por buen comportamiento.



13 de diciembre de 2018

PLANTA 2 HABITACIÓN 06

Otro microrrelato más del mismo libro. Léase con humor y mente despejada. Los protagonistas de los relatos pueden opinar lo que ellos y ellas quieran. Sus opiniones y palabras no son necesariamente las del autor.





LAS VACACIONES DEL CONDE

Observé su cuello, sus hombros desnudos, sus brazos largos, su carne sonrosada. No lo pude resistir, era más fuerte que mi voluntad. Intenté probar el sabor de su sangre pero la muy puta había comido pollo al ajillo y, de primero, gazpacho. Qué horror. Tuve que ir a una farmacia a por un enjuague bucal para limpiar a fondo mis preciosos colmillos. Maldigo el día en que se me ocurrió la funesta idea de pasar mis vacaciones en Sevilla.




9 de diciembre de 2018

PLANTA 2 HABITACION 05

Este es un microrrelato del libro "La Verticalidad de los Sentidos". El único de los míos que es autobiográfico porque se apoya en esta foto de cuando era peque.


¿SABE LA INFANCIA A NATILLAS?

Miro la foto de esos días felices en la mañana de Reyes. Ese niño que sostiene un balón con la mano derecha, que se ha puesto las botas, las medias rojas y la camiseta rojiblanca de manga larga, metida por dentro del pantalón azul, ¿soy yo?
Ese niño feliz, aún con el pelo alborotado de la cama y que solo tiene que jugar, ¿soy yo?
Esas manos, esas rodillas, ¿son las mías? Miro a ese niño sonriente de la foto y no recuerdo ya a qué sabía la infancia.

25 de noviembre de 2018

PLANTA 2, HABITACIÓN 04

Otro relato más de "La Verticalidad de los Sentidos"


POLVO ESTELAR



Aquel año, al salir del trabajo, siempre mirábamos al cielo y el cometa estaba allí con su estela blanca. Incluso había días en que el color amarillo del núcleo se hacía visible. Eso de levantar la cabeza y ver arriba un objeto nuevo que, día a día, permanece casi en el mismo sitio, inmutable, nos daba una visión cósmica de todo. Era como si, de repente, todos los problemas cotidianos no existieran, como si no fuesen importantes. Y así, uno miraba al cielo, veía el cometa y se sentía pequeño. Dejábamos de vivir en el centro de Madrid, en España, para pasar a vivir en el tercer planeta de un sistema solar de una galaxia más. Nos sentíamos habitantes de un planeta al que nuestros antepasados pusieron de nombre Tierra, un mundo dentro de un sistema planetario con una estrella modesta llamada Sol.

        Es difícil ver el cielo, estrellado o no, en una ciudad como Madrid. Es complicado darse cuenta de que todas esas discusiones del día a día no sirven de nada, son solo cosas de poca trascendencia.

          Observemos ese coche parado en el carril bus, con las luces de emergencia puestas, porque el conductor está sacando dinero de un cajero automático. Está provocando una fila larguísima de autobuses y taxis protestando. Atasco que altera la rutina diaria de cada uno por un simple capricho, o imprevisión, de una persona que decide parar, pensando: «Me bajo aquí y en un momento saco dinero, me da igual que protesten, es solo un ratito. ¿Qué es eso comparado con la infinidad del Cosmos? ¿Qué son cinco minutos comparados con los años que ha tardado el cometa ese en llegar hasta aquí? No sé si se le verá ahora, con tanto edificio es imposible».

            –Qué ya voy! ¡Qué solo estaba mirando el cometa! Tanto pitar, tanto pitar.

           Y el conductor del 27, colorado de indignación porque le retrasa su salida de servicio y no va a llegar a recoger a los niños del colegio, acerca la mole de su máquina al pequeño coche gris, con su conductor en la puerta mirando al cielo, y lo empuja ligeramente.

            –¿Qué pasa? ¡Qué me rayas el coche!

           No se le oye, hace demasiado calor para llevar la ventanilla del autobús abierta, pero su cara y su boca soltando gritos nos da una idea exacta de cómo está quedando la pobre madre del conductor, aficionado ocasional a la astronomía. Por fin se monta en el coche, cierra la puerta, introduce la llave en el contacto y arranca. No, no arranca. Vuelve a intentarlo. Algo pasa en el motor que el coche no reacciona. Un sudor frío le recorre la espalda cuando ve por el retrovisor la figura fiera del conductor del 27, que sigue gesticulando en contra de su madre. Pisa el embrague, mete una marcha y, de repente, un olor a cable quemado empieza a extenderse por el interior del vehículo. Del motor sale humo, cada vez más. Se baja, abre el capó. Cuando mira a la izquierda el vociferante conductor del autobús está a su lado con un extintor en la mano.

          –¿Qué, qué va a hacer con eso? –pregunta.
          –Quita, so payaso ¿no ves que se te quema el coche? –le dice enchufando el extintor a una pequeña llama anaranjada que ya emerge. Una nube de polvo carbónico blanco se difumina por el aire–. La madre que te parió, menuda has liao.

            Del interior del autobús retenido empiezan a salir los pasajeros, algunos contemplan el motor con su fuego ya apagado. Los demás vehículos dan marcha atrás por orden y salen de la ratonera del carril bus, poco a poco. Cuando pasan delante del conductor astrónomo le increpan con un pitido largo del claxon.

            –¿Y ahora qué hago? –se pregunta a sí mismo en voz alta.
         –Pues llamar a la grúa y que se lo lleven de aquí –contesta el conductor del 27–y luego te vas a contemplar el cometa, so gilipollas.

            Y eso es lo que hace. El servicio de asistencia en carretera retira el coche con el embrague incendiado y el conductor, ya vulgar transeúnte a pie, se dirige andando quién sabe a dónde. Tal vez al taller de reparaciones o a casa de su madre a comprobar si se encuentra bien. O quizás a la suya propia, a coger unos prismáticos para irse al parque a contemplar el Hale Bopp, que sigue allí arriba, inmutable, con su cola blanca de polvo estelar, haciéndonos sentir pequeños, insignificantes, polvo en el viento.